16 de agosto de 2009

RECOMENZAR

¡Buscá otra opción! Las cosas están difíciles".
Esto fue lo que me dijo mi jefe cuando me anticipó que la próxima en ser despedida sería yo.
"Está bien.", asentí casi sin vos, levantando el seño con la mirada preocupada y frunciendo los labios entre sorprendida y resignada; bajando hombros y cabeza, típica postura apichonada de los que se sienten fracasados. Di media vuelta y me fui.

De regreso, y con la mente trabajando a toda velocidad, llena de imágenes que se entrecruzaban en busca de solución, pensé por dónde podría empezar, qué camino seguir, cómo reorganizar mis gastos, y los de mi hijo…Y en ese movimiento perturbador advertí que al llegar a casa, estaría sola de nuevo.

Reconozco que después de tanto tiempo, aprendí a aceptar mi soledad. Ya no reniego de ella, al contrario, la uso, la aprovecho para mi beneficio haciendo todo aquello que sé que estando acompañada no podría. Pero, son los momentos como éstos, cuando una se siente decepcionada, en los que el oído de otra persona, sus palabras o la mirada comprensiva, se vuelven una necesidad. Y pensé: "Dios mío, ¡qué soledad!".

A propósito de esto, confieso que reconquistar a quien fue mi marido fue mi meta durante mucho tiempo. Luché por él con todos los medios: con todo mi alma y mi corazón, con el pensamiento, con las actitudes, con la intención, con el rezo, con ofrecimientos de obra, con ropa ajustada, contándole mis logros y mis frustraciones, con renuncias e idas y arrepentimientos y regresos, con todo lo que se me vino a la cabeza. Si algo quedó sin hacer fue porque no se me ocurrió; y si se me ocurrió tarde, lo hice igual, aunque fuera a destiempo, por las dudas... pero, no logré que alguna vez volviera a mirarme con ojos de amor. Fue doloroso tener que entender que después de que me habían querido tanto, ya no me querían; y que la persona que alguna vez había vibrado con mi presencia, ahora sólo adhería a los encuentros necesarios.

Mucho tiempo me tomó reconocer que me había estado perdiendo en una fantasía, antes de aprender que hay que tener el valor de aceptar que uno se equivocó, y que de nada sirve forzar situaciones para lograr ser la destinataria del amor de aquella persona que nunca debió ser. ¿Por qué aferrarme a lo que ya no es para mí? ¿Por qué no querer ver otras oportunidades más saludables y enriquecedoras? No es él o la nada. No es este trabajo o la nada. No es tan incisiva la vida. Qué importante es verlo porque sólo así surge la impronta de empezar de nuevo.

La bocina de un auto me trajo de nuevo a la realidad. Hacía frío. Parada, en el cordón de la vereda, esperando el colectivo, con la única protección de mi abrigo y bajo la bufanda que me tapaba casi toda la cara, tuve ganas de llorar.

Supe, sin embargo, que tras mi lucha infructuosa por mantenerme al lado del ser equivocado, había aprendido que, aunque el alma duela, hay que estar erguida; y con lágrimas en los ojos, respiré hondo, miré hacia adelante como visualizando con fe un futuro próspero, y con determinación, me animé a un pensamiento desafiante: "Señor, estoy lista para lo que sigue".
Una vez más, la incertidumbre y el sentimiento de soledad serían pasajeros, y luego seguramente le darían paso a la llegada de algo mejor para mí. Sentí tranquilidad.

¿Cuántas veces empecé de nuevo? ¿Una, dos, tres? No. Muchas. Muchísimas. Ahora tendría que hacer lo mismo pero además, con más experiencia y con la inmunidad a la desilusión, que fui adquiriendo con el tiempo, por haberme equivocado, haber caído, haberme levantado y haber recomenzado.

6 de agosto de 2009

LA META

Hay que aprender a tomar lo que se nos da. Nos esmeramos en elaborar proyectos, objetivos y planeamos nuestra vida hasta el último día. Y en esa tarea nos perdemos de cosas que están puestas frente a uno para nuestra realización.
Existen situaciones que son sinceros regalos de Dios. Hay que estar atentos, observantes y usarlo. Es obligación de hijo tomarlo y aún dudando, aceptar con fe, incluso lo que se presenta incierto.

Siendo adolescente vine a estudiar a Buenos Aires, y quise ser modelo. (Tenía condiciones, debo decir). Pero la meta era estudiar.

Años después, reflexiono y me pregunto: "Mudándome de una ciudad chica a una ciudad grande, teniendo cualidades para hacer algo que no me costaba hacer, recibiendo consejos sinceros de que debía seguir, teniendo juventud, gracia, buen andar: ¿Por qué no seguí? No a todas las adolescentes del interior se les presenta la oportunidad de mudarse a la Capital, no todas llegan a estar en el centro mismo de lo que desean. ¿Por qué no seguí?".
Y mi respuesta más franca es: "Porque tuve miedo de tomar lo que era mío. Porque no supe luchar por mi lugar. Y entonces dispuse que ser modelo era un oficio para chicas más lindas, más altas, más elegantes… Y, lo más importante, porque no supe ver que Dios ya me estaba ayudando".

Cuando un padre le obsequia algo a su hijo, si el hijo no lo acepta, es lógico que el padre se ofenda porque sólo quiere su bien. Estimo que con Dios es igual. Debemos tomar de Él, agradecer y usar lo que nos da para nuestro beneficio. Hay que ser agradecido y sentirse bendecido. Esta es condición sine qua non para marchar siempre hacia adelante.

Debo confesar que por mi autoestima vulnerable, muchas veces sentí que no era merecedora. Sin embargo, aprendí y hoy lo transmito: JAMAS hay que sentir que eso que se presenta no es para nosotras, o que no somos dignas de ello. ¡Sí, lo somos! Por eso Dios nos lo da. Simplemente, porque nos pertenece. Yo tardé en entender esto. Podremos dudar: ¿Cuándo hice mérito yo para ganar esto? Ni lo cuestiones. Tomalo. Quizás, incluso hayas contribuido en el plan de Dios y ahora Él te premia. O tal vez, sólo quiere dártelo. Tomalo! Es tuyo. Dios nos lo da para nuestra felicidad y es obligación digna gozar de ella.

A veces, no vemos que Dios nos brinda día a día oportunidades, que hasta pueden cambiar trascendentalmente nuestra vida. Las dejamos pasar, creyendo que eso que surge no se ajusta a nuestra meta, sin darnos cuenta de que todo, incluso lo triste, puede servir para los proyectos que tenemos: Aquella experiencia de trabajo fallida y la segunda experiencia de trabajo fallida fueron el curso acelerado que necesité para afianzarme en la tercera experiencia de trabajo, que no falló. La anciana que me contactó azarosamente a través del colegio de traductores para solicitar mis servicios, y de quien tanto dudé, se transformó en amiga y fuente de sabiduría para mí. Aquel niño de flequillo que me atendió en la estafeta postal de mi barrio y me sorprendió porque no se burló de mí por ser negra (como sí ocurría con otros niños), cuando creció, fue mi gran amor. Todo es por algo, nunca se sabe…

Está bien tener un objetivo, una meta porque eso nos orienta, y es muy triste andar sin rumbo en la vida. Lo sé. Pero es un error no "ver" que no estamos solas. Alguien va allanando el camino. Y eso que nos muestra, que nos da, eso que nos quita porque ya no es útil para nuestra vida, o porque tarde o temprano nos hará sufrir, eso que nos regala porque lo necesitamos, son oportunidades y NO HAY QUE DEJARLAS IR. Hay que tomarlas y usarlas. Es parte del recorrido.